lunes, 30 de marzo de 2009

UNA CARACOLA


En memoria de Liliana Pérez.

Estuve con ella sólo unas horas, pero me bastó ese corto tiempo para quererla y conocer toda su vida. Después tuve alguna conversación telefónica con ella y quedé invitado a conocer su nueva casa en Santiago, visita que no se concretó. Podría haber sido el inicio de una gran amistad, pero Dios no quiso que fuera así. Me dejó una bella caracola que luzco orgulloso en la sala. Ahora podré decir: si la pones a tu oído no escucharás el Pacífico, sino la risa hermosa de una gran amiga.

Su departamento estaba lleno de recuerdos de viajes, de su estadía exitosa en el extranjero –Venezuela si mal no recuerdo- de hermosos muebles y cuadros. Más de un comentario hicimos acerca de una marina y un excelente dibujo de un pintor y arquitecto chileno, residente en Francia y que a la sazón exponía en esos días en Viña del Mar. Pero nuestro mayor asombro fue encontrar junto a la cocina un refrigerador “Frigidaire”. ¡Pero si es un Frigidaire! exclamé y ella nos contó que funcionaba perfectamente.

Estaba por mudarse a Santiago y le preocupaba cómo trasladarían todas esas cosas. Pero no se desprendería de ninguno de sus libros, una enorme colección de textos profesionales, descontando las novelas y otras publicaciones.

Hablamos de mil cosas: de las investigaciones en que colaboraba, de los alumnos, de sus experiencias en el extranjero, de su carrera académica, de su esposo (nos confidenció fotografías laborales y familiares)… y de su apego a la exactitud del idioma. “No puedes decir que comprenderás algo a través de sino por medio de” aclaraba. Indudablemente fue una intelectual rigurosa, exigente consigo misma y con sus discípulos, respetuosa, culta, inteligente y femenina, muy femenina.

Acompañé a mi esposa a su domicilio y compartí no más de dos horas con ella, pero fue un viaje maravilloso por toda una vida. Nos sentamos a conversar en su living, tomamos onces, nos condujo en un breve recorrido por las habitaciones y cuando llegó la noche, nos quedamos extasiados disfrutando en la ventana la Ciudad Jardín iluminada. Ahora pienso que fue un aleph borgiano, un regalo de bondad y de vida. Al despedirnos nos acompañó hasta la puerta del condominio, nos indicó la dirección del funicular y desde lejos pude ver como se despedía con su mano en alto. Doy gracias a Dios por haber conocido a tan hermosa dama.

Iván Tapia

Valparaíso, 12 de marzo de 2009.