domingo, 12 de abril de 2009

EL MAESTRO HA RESUCITADO.


“¿Ha resucitado? ¡Qué noticia tan extraña! Sobretodo en estos días, nadie la creería. Es que la muerte es algo tan definitivo, el suceso más radical en la vida de un ser humano. Todo nacido ha de ser un día difunto. Morirá el pobre como el rico, el niño como el joven, el culto igual que el ignorante, el que ostenta un cargo público como el ciudadano anónimo. Todos moriremos alguna vez. Y hay etapas en la vida en que no nos percatamos de ello, como en la bendita infancia –por lo menos en la mayoría de los niños- o en la despreocupada juventud, en que gran parte del tiempo sólo nos ocupa disfrutar la vida. Pero paulatinamente vamos tomando conciencia del final inevitable.

“Y ahora me dices que él ha resucitado. ¿Por qué? ¿Para qué habría de acontecer un milagro así? Todos en el pueblo le conocimos, durante treinta años, trabajando en la carpintería de su padre. Si él mismo fue que nos reparó aquella mesa antigua que ya casi echábamos al fuego como leña, y la dejó cómo nueva! Incluso construyó el aposento alto de los vecinos. Era un hombre inteligente, ya a los doce discutía en el templo puntos oscuros de la Torá con los maestros de la Ley. Sabía hablar, era tranquilo, hombre de paz, conciliador y misericordioso. Más de alguna vez oró por un enfermo del barrio y éste sanó, pero aún nada notorio, como lo que vino después, cuando se apoderó de él esa fiebre mesiánica, de pensar que era el Elegido de Adonai, y lo hicieron un maestro de Israel.

“Era un hombre bueno, no merecía condena tan cruenta. Pienso que todo fue urdido por aquellos que sintieron amenazado su poder y su prestigio en el pueblo. Entonces, usaron a uno de sus discípulos, necio y ladrón, para que se los vendiese; y de paso, pensaron, se congraciaban con Roma. Sus últimos tres años anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo.(1) Indudablemente Dios estaba con él, pero que ahora vengan a contarme que resucitó… a otro con esa historia!

“Muéstrame una sola evidencia en las Escrituras de que es necesaria la resurrección del Mesías prometido por nuestro Di’s, y creeré. No, yo no soy como esos gentiles que andan por allí blasfemando que han visto al Resucitado, esos que viven de sueños, revelaciones particulares y muchas emociones. Confírmalo con la Palabra de Di’s.”

Aquella noche, el viejo Elian (2) no pudo ser convencido por el visitante acerca de la veracidad de las cosas que en Jerusalén habían acontecido en esos días. (3) Mas las oraciones del evangelizador fueron respondidas a la madrugada del día siguiente cuando Elian, despertado por una voz que le decía “Toma y lee” (4), buscó los rollos que guardaba cuidadosamente como el más preciado tesoro y ávido leyó:

“Bendeciré a Adonay que me aconseja;
Aun en las noches me enseña mi conciencia.
Al Señor he puesto siempre delante de mí;
Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente;
Porque no dejarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que tu santo vea corrupción.” (5)


Aquellas Escrituras conmovieron profundamente su alma. El salmista profetizó que el Mesías no sería dejado entre los muertos, y su cuerpo no habría de corromperse. ¡No era posible! Había estado delante del Deseado de todas las gentes y no le había reconocido. Había mirado con desdén a este Hombre, no haciendo nada para que no le crucificaran y Él le había amado hasta la muerte.

Leyó luego más adelante:
“Este su camino es locura;
Con todo, sus descendientes se complacen en el dicho de ellos. Como a rebaños que son conducidos al Seol,
La muerte los pastoreará,
Y los rectos se enseñorearán de ellos por la mañana;
Se consumirá su buen parecer, y el Seol será su morada.
Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol,
Porque él me tomará consigo.” (6)


El viejo judío se arrodilló y postrado ante su Di’s oró así: “Perdóname Señor porque he pecado de vanidad e indiferencia, redímeme y guíame de ahora en adelante tras los pasos del Mesías, Jesús de Nazaret. Amén”

Recordó esa noche las palabras del Profeta leídas el pasado sábado en la sinagoga:

“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (7)

Sí, ciertamente varones hermanos que leéis este relato, se os puede decir libremente del patriarca David, quien escribió estos salmos, él murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo Profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección del Mesías, que su alma no sería dejada en el Seol, ni su carne vería corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual hoy todos nosotros testificamos. (8)

(1) Hechos 10:38
(2) Elian: mi Di’s ha contestado.
(3) San Lucas 24:18
(4) Agustín de Hipona, famoso cristiano, obispo, teólogo y escritor del siglo IV, escuchó esas palabras un día, y luego tomó una Biblia, la abrió y leyó lo primero que vio... ahí se produjo su conversión definitiva. Así lo relata él mismo en el libro de sus "Confesiones".
(5) Salmo 16:7-10
(6) Salmos 49:13-15
(7) Isaías 53:10-12
(8) Hechos 2:30-31


De "Relatos del Rabino Saulo", por Iván Tapia.

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