viernes, 2 de enero de 2009

REFLEXIÓN DE AÑO NUEVO.


El año nuevo es el término de un ciclo y el inicio de otro. Los seres humanos, como partes integrantes de un ecosistema, vivimos dentro de ciclos: las estaciones del año, la respiración, las distintas edades de la vida, el ciclo del agua, la multiplicación, en fin la vida y la muerte. Como una forma de dar un sentido trascendente a estos procesos de cambio externos e internos, los asociamos a ritos, costumbres, tradiciones. Los sociólogos llaman a estas acciones, con frecuencia referidas al devenir de una edad o estado a otra edad o estado, “ritos de paso”.

Las fiestas de Año Nuevo son, en cierto modo, un rito de paso, celebrado con un cena familiar, fuegos artificiales, recuerdos y evaluaciones del año que se va, nostalgias de parientes lejanos o ya fallecidos, para despedir, “quemar”, cerrar y recordar el Año Viejo, y con brindis de champagne, vestuario festivo y cotillón, baile y abrazos con buenos deseos o “bendiciones” para recibir con alegría, esperanza y ternura al Año Nuevo.

Nuestra cultura cristiana ha asumido esta fiesta como una respetable tradición secular –no vamos a utilizar el despectivo término “pagana”- ya que es del siglo, puesto que la Iglesia Cristiana no contempla en sus contenidos esta fiesta. Incluso el calendario eclesiástico no es coincidente. Lo más cercano a una renovación de la vida es la fiesta de la Resurrección del Señor Jesucristo, que se celebra en Semana Santa. Aunque en un lugar llamado Bayaguana se celebra al Santo Cristo de los Milagros el día de Año Nuevo.

Cada persona, desde su particular modo de sentir la vida, de acuerdo a su edad y a su cultura, celebrará estas fiestas con más o menos intensidad, pero indudablemente la mayoría las vivirá con gran emoción. A nosotros nos interesa rescatar ciertos valores de ellas, principalmente el de brindarnos una oportunidad para reflexionar en el camino que hemos hecho hasta ahora, agradecer a Dios por todos sus beneficios y proyectarnos con esperanza hacia el mañana. También necesitamos realizar este ejercicio en sentido horizontal, es decir con gratitud hacia nuestros familiares, amigos y hermanos en la fe, porque nadie es una isla y todo logro personal es, en gran medida, fruto de una interacción con el otro. Tal vez por ello esta fiesta se vive en familia, porque fortalece los vínculos de la unidad fundamental del tejido social. Mas, no olvidemos la dimensión vertical que requiere todo rito o liturgia; es necesario que nos contactemos con el Autor de la Historia, Aquél que es Señor de la Vida para que ésta cobre su verdadero sentido, el de la trascendencia.


Iván Tapia

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